Antilogía/Columna Invitada

Hace dos semanas escribíamos en este espacio sobre la oleada de movimientos democráticos que están cruzando la América Latina.
“En Colombia, Brasil, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina, una nueva ciudadanía toma las calles y las plazas para hacer valer sus demandas y exigencias de dignidad y respeto a sus derechos.
“La mayor parte de estas protestas es por las llamadas políticas económicas neoliberales que han dejado una cordillera de desigualdad, marginación y estancamiento en los países andinos.
“Solo en uno de estos países, Bolivia, gobernado por un mandatario y un programa de izquierda, las protestas son por el ‘fraude electoral’. En el resto, las movilizaciones populares y las demandas ciudadanas son contra la corrupción gubernamental y la desigualdad social”.
Evo Morales llegó a la presidencia de Bolivia en 2005, con 54 por ciento de los votos. Poseía tres cualidades que le dieron un impulso electoral inusitado: su origen indígena (se le comparaba con nuestro Benito Juárez), su formación política como dirigente sindical de los cocaleros (se le equiparaba con el polaco Lech Walesa) y promovía un programa de gobierno de izquierda, de corte social y justicialista.
Desarrolló un partido de masas, MAS, con presencia nacional, apoyado en liderazgos regionales y cuadros jóvenes, que le permitió ganar por segunda ocasión la presidencia de Bolivia en 2009, con 64% de la votación.
El gobierno de Evo Morales le dio a Bolivia una década de crecimiento económico con tasas promedio de 5%. Se le llamó “el milagro económico boliviano”, el cual se fincó en la nacionalización de los hidrocarburos en 2006; las exportaciones cuantiosas de gas natural a Argentina y Brasil; un impuesto directo a la energía, que le permitió fortalecer la hacienda pública; significativas inversiones en infraestructura pública (carreteras, presas y electrificación), y un notable gasto social en las zonas marginadas e indígenas del país.
Esto le permitió ir a una tercera postulación en 2014 y obtener 61% de la votación, pero ya con las primeras resistencias políticas. Este año, el presidente Evo Morales contendió por cuarta ocasión en condiciones de mayor rispidez partidista y de coyunturas económicas adversas, que impidieron a MAS obtener claramente una ventaja superior a 10% sobre el segundo competidor, Carlos Mesa, para evitar una segunda vuelta electoral.
Cuatro eventos precipitaron el desenlace político que hoy conocemos: la caída del sistema de conteo rápido del Tribunal Supremo Electoral; los resultados de la auditoría electoral realizada por la OEA, revelando “irregularidades importantes”; las movilizaciones “clasemedieras” de la oposición, y la “sugerencia” del alto mando de las fuerzas armadas para que el presidente renunciara a su mandato.
Apegado a una de sus mejores tradiciones diplomáticas, México ofreció asilo político al mandatario boliviano, y éste aceptó.
Bienvenido a México, presidente Evo Morales, porque solo un estadista antepone la vida y la seguridad de sus compatriotas ante cualquier intento de militarismo golpista, solo un demócrata solicita una auditoría electoral a un organismo internacional y solo un estratega del juego político da un paso atrás para preparar dos más adelante.